Un trabajo especial, me di cuenta cuando leí en profundidad cada documento que había en la carpeta de archivos. Dos hermanos chilenos tienen el sueño de estudiar inglés en Nueva Zelanda. Nunca hablamos directamente, pero sentí que los conocía. Sentí, incluso, que estaba traduciendo para mis propios hijos.
El contacto me llegó a través de su agente de viajes, porque esta familia no quería improvisar. Venían planeando esto desde hace tiempo. Me compartieron una carta del padre que me tocó una fibra muy personal: contaba cómo, con ayuda de los tíos, habían logrado ahorrar durante años para regalarles a sus hijos esta experiencia. No era un préstamo ni una obligación. Era un regalo. Un proyecto de amor y confianza. Una ventana al mundo.
Traducir los documentos para este proceso fue mucho más que traducir actas, contratos, resúmenes bancarios o certificados laborales. Fue acompañar un salto vital. Trabajé con plazos ajustados, lo habitual en casos de migración, y con sumo cuidado: explicando regionalismos, adaptando referencias locales a un sistema extranjero, y velando porque cada frase hablara no solo en el idioma correcto, sino también en el tono adecuado para el contexto.
Lo que me emocionó profundamente fue la dinámica familiar. El papá es padrastro de uno de los chicos y padre biológico del otro, pero eso nunca fue una diferencia. El cariño, el compromiso y la claridad con la que habló de “nuestros hijos” me recordó mucho a mi propia historia. Sin darme cuenta, me encontré traduciendo documentos del mayor como si fueran para mi hija, y los del menor, como si fueran para mi hijo.
Este proyecto no es solo para “irse”. Es también, y sobre todo, para volver. La familia lo piensa como una inversión a largo plazo: los hermanos viajan para aprender, para abrirse al mundo, y luego traer de regreso ese conocimiento, esas nuevas formas de pensar y trabajar. Quieren volver con la mirada ampliada y las herramientas necesarias para potenciar el negocio familiar, adaptarlo a los tiempos que vienen, sumar innovación desde lo que vieron y vivieron afuera. No es una aventura individual, es un proyecto colectivo, donde cada esfuerzo —el de viajar, el de quedarse, el de sostener desde lejos— tiene un sentido común: crecer juntos.
No sé si ya viajaron. Pero sí sé que van a dejar todo en esta experiencia. Y que cuando vuelvan, seguramente vuelvan distintos: más fuertes, más sabios, más conectados con el mundo. Y sé también que Nueva Zelanda gana con personas así.
Traducir no es mover palabras de un idioma a otro. Es tender puentes. Es proteger historias. Es cuidar que la ilusión, el esfuerzo y la emoción que hay detrás de cada documento también se lean del otro lado del mundo.
Si trabajás con personas que necesitan traducir documentación para migrar, estudiar o dar un paso importante en sus vidas, sabé que no están solas. Y que hay formas de hacer ese camino más claro, más seguro y más humano.
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