Llegué casi por casualidad al prólogo de un libro que parece ser la maravillosa unión de biografías, cuento de aventuras y manual de historia. Se llama «Interprètes au pays du castor», de Jean Delisle, publicado en noviembre de 2019.
Trata sobre los primeros intérpretes que, con su labor, ayudaron a forjar la historia de Canadá en épocas del encuentro de europeos y pueblos nativos.
En su prólogo, hay una frase que me pareció muy interesante, en mi traducción del francés, dice: "El intérprete es una oreja que habla y cuyas palabras mueren en el mismo instante en el que nacen. Su reino suele ser el anonimato y comparte así la suerte de los traductores".
Es maravillosa la imagen que me viene a la mente: sombras que van de bocas a oídos, formando un remolino de frases en diferentes lenguas. Tanto intérpretes como traductores armamos una suerte de red de hilos invisibles que unen personas, pueblos, naciones enteras entre sí.
Increíble también es darse cuenta del verdadero impacto de nuestra profesión en el mundo, de cómo logramos funcionar como árbitros, conciliadores, consejeros, negociadores, pacificadores. Definir a un intérprete o a un traductor en forma rígida, limitada al profesionalismo de la lengua, termina por restringir el oficio del intérprete o traductor, y deja de reflejar la realidad.
Los intérpretes que presenta la obra de Delisle acompañaron a exploradores, colaboraron con autoridades civiles, fueron oficiales militares y misioneros; con su labor, ayudaron a construir la historia canadiense. Sirven como muestra y homenaje para todos aquellos profesionales que trabajan en el anonimato y dedican su vidas a construir puentes entre los pueblos e hilar redes invisibles de comunicación y entendimiento.
Como siempre, espero sus comentarios... ¡Hasta la próxima!
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