Hablemos de honestidad. Un valor que, en mi opinión, deberíamos tener todas las personas y organizaciones, pero que, en la práctica, no todos lo tienen.
Como buena traductora, voy a empezar por el origen de
la palabra honestidad. Proviene del vocablo latino honestĭtas, que es la
cualidad de ser honesto. Se trata de aquel que es decente, honrado, justo,
razonable.
Para actuar con honestidad se requiere apegarse a la
verdad, más allá de los propios intereses. Quien actúa de acuerdo a sus propios
deseos y, por ejemplo, no provee información completa, no es honesto. Y punto.
Estamos hablando de respetarse a sí mismo y a los
demás.
Es fundamental para para crear vínculos de confianza
con nuestros clientes y así cooperar con el logro de sus objetivos, tal como lo
expresamos en la declaración de los valores de nuestro Estudio.
En la entrada en la que hablamos de ellos, utilizamos
este valor específicamente en la pregunta ¿Con qué conducta nos movemos
profesionalmente? La respuesta: Nos manejamos con una conducta honesta.
En el ejercicio de la profesión y desempeño de un
Estudio profesional de traducción, una conducta honesta es, por ejemplo,
explicar todo el procedimiento cuando un cliente necesita la traducción de un
documento para presentar a una institución del exterior. Si lo necesita apostillado,
detallar que primero debe realizar el apostillado y luego se realiza la traducción.
Aceptar realizar la traducción del documento a sabiendas que no servirá a los propósitos
del cliente no es una conducta honesta, no es actuar con la verdad.
Una vez más vemos cómo se relaciona la honestidad con
la integridad y con la responsabilidad.
Para cerrar entonces, les dejamos una frase de Benajmin
Franklin: “La honestidad es la mejor política”. En la próxima entrada veremos
cómo se refleja la responsabilidad como el tercer pilar de valores de nuestro
Estudio. ¡Esperamos sus comentarios!
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