El Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires es una entidad autónoma creada en 1973. Es el consejo profesional que agrupa a los traductores públicos, los representa y fiscaliza su trabajo.
Entre sus funciones, el Colegio se encarga de otorgar y administrar la matrícula profesional, certifica la firma y sello del traductor interviniente, establece las normas de la ética profesional, fiscaliza el estricto cumplimiento de la profesión, eleva al Poder Judicial la nómina de los traductores inscriptos como peritos auxiliares de la justicia.
Pero además promueve, difunde y representa la tarea de los traductores públicos; se ocupa de la permanente capacitación de los matriculados; brinda espacios para los traductores desarrollen todas sus capacidades.
A lo largo del camino de esta bellísima profesión, he sentido muchísimas veces la ayuda y el apoyo del Colegio. Nunca dudan en ayudar al traductor matriculado, ya sea con información específica solicitada, con algún consejo sobre usos habituales, o encontrando la manera de resolver cualquier inconveniente que se presente. Y esto ha sucedido más allá del resultado de las elecciones cuando se renuevan autoridades.
Cuando uno ingresa al Colegio, en cualquiera de sus dos sedes, siente el cariño de quien comparte las satisfacciones así como las tribulaciones de la profesión, se siente la calidez de estar verdaderamente entre colegas solidarios que se apoyan mutuamente.
Agradezco profundamente al Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires todo este acompañamiento y esta pequeña reseña es un sencillo homenaje a esta valiosísima institución que cobija a los Traductores Públicos.
Invito a los lectores a que investiguen acerca del Colegio, su historia y la ley 20.305, su creadora. Es una interesantísima sucesión de éxitos y desafíos en el camino del reconocimiento y promoción de la profesión de traductor público. Prometo igualmente contar algunos de estos eventos en las próximas entradas.
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